martes, 28 de agosto de 2007

Un Oso "machomenos"

Como toda loca, mi espíritu es (en esencia) provocador y esa mañana me había levantado con necesidad de manifertarlo. Por eso comenté durante el desayuno la noticia aquella del oso transexual.

Parece ser que en el zoológico de no sé dónde tenían un oso panda al que siempre creyeron muy machito. Pero hete aquí que una buena mañana, el cuidador del zoológico sorprende al susodicho plantígrado siendo sodomizado por otro macho de la misma especie. El hombre, guiado por los preceptos morales de una sociedad heterosexista, se tapó los ojos y salió del lugar horrorizado. Tanto así que ni siquiera osó mencionar el episodio. Ni ante sus propios compañeros ni ante sus superiores. Puedo imaginar que, de ahí en más, el tipo tomó la costumbre de toser, o golpear las manos, o advertir su presencia en forma potente y audible, antes de ingresar a la jaula de los pandas. Medidas totalmente atrabiliarias, dada la misérrima catadura moral de los osos.

- ¡Naaaaa! Ya está imventando, don Artu. A usté no se lo puede tomar en serio -protestó doña Jovita, que se habúa quedado a escuchar la historia, aunque se le hiciera tarde para llevar a Fede y a Lucas, sus dos nietitos postizos, al colegio.

- ¿Cómo me dice eso? -repliqué- Si lo leí ayer mismo en Internet.

- Entonces ¿cómo es que ni Santo Biasati, ni Guillermito Andino ni Jacobson lo pasaron por la tele?

- No estuvo atenta a los noticieros, Sofía -contesté- La noticia apareció ayer en la edición del mediodía. En el Canal 11. Se ve que se habrá quedado dormida...

¡Mentira! Pero fue divertido verla a la vieja bajar la mirada compungida. Porque para ella los noticieron son algo serio y siente culpa por dejarse vencer a veces por la modorra.

- No importa, Sofía -intervino doña Paca- Hay muchas noticias importantes que no aparecen en los noticieros. Ahora dejá que Arturo siga con la historia.

-¡Estoy de acuerdo con la compañera! -apoyó don Santiago- Don Arturo habló de un oso transexual y hasta ahora lo único que tenemos es un panda comilón.

Carcajada general.


Continué.

La cuestión fue que, a medida que pasaba el tiempo, el "osito cariñoso" iba engordando y engordando. El cuidador juraba que no había habido cambios en la dieta alimentaria del animal y nadie podía explicarse el fenómeno tan extraño. Hasta que un día el director del zoológico...

- ¿Cómo UN oso homosexual? -interrumpió doña Catalina, que suele ser un poco lerda para entender las cosas pero en algunos casos (como este) deja escapar una acotación interesante- Si el osito estaba siendo sodomizado por OTRO oso, entonces tenemos DOS osos homosexuales...

Dos o tres segundos de profundo silencio para que alguna de las cabezas presentes encontrara las palabras adecuadas para rebatir el bien fundado criterio de doña Cata.

- Pero ¿qué dice? -protestó casi con furia don Francisco- ¡El otro era macho! ¿O no entendió que se lo estaba clavando al oso trolo?

Otros dos o tres segundos de profundo (¡pero profundo!) silencio hasta que doña Paca retomó la palabra.

- ¿Así que para usté el único gay es el que hace las veces de pasivo? ¿No es gay el que requiere los servicios de una travesti, por ejemplo?

Salvo yo, nadie se percató de que a Anselmo se le subían los colores a la cara. Jijijijiji. Me rogaba con la mirada que no contara nada de "lo nuestro".

-¡Qué gay ni que gay! -vociferó don Santiago en tono de burla- En mis tiempos no había ningún gay. El que se comía la masita era maricón, puto, manfloro, comilón, tragasable, butifarra... ¡pero ningún gay! ja ja ja ja.

- No digas así, che Santiago, que el Arturo te va a sacar los ojos con las uñas.

¡A ella le hubiera arrancado los ojos con muchísima alegría! ¡A doña Leo! Pero me limité a hacerle una burla fugaz con la lengua, le levanté el dedo mayor y me acomodé el saquito rosa que me acababa de tejer con mis propias manos. Para que se muriera de envidia. Sus clases de tejido van de mal en peor.


Anselmo estaba a mi izquierda, fingiéndose ajeno a la conversación. A su lado, doña Carmen miraba a su amigota guaraní con su típica sonrisita idiota. Se salía de la vaina por hacer un comentario ocurrente, pero la naturaleza no la bendijo especialmente con un cerebro despierto. A mi derecha estaba don Benito (o su fantasma)atento a todo lo que se decía y sin decir palabra. El ceño fruncido como siempre. Más allá estaba don Francisco, doña Paca y, en el extremo de la mesa, el jocoso Santiago. Frente a mí, el lugar que doña Jovita acababa de dejar vacante; doña Sofía que seguía preguntándose cómo había podido perderse la noticia en el noticiero del 11; doña Cata preguntándole con la mirada a don Francisco el motivo de su malhumor y doña Nacha y doña Lucía, cada una en su cosmos, totalmente deslindadas de la discusión.

- ¿Puedo seguir con mi relato? -pregunté levantando y aflautando la voz más de lo acostumbrado (truco que me enseñó Margarita Xirgú allá por los veinte, para captar la atención de todos).

Decía que, un buen día, el director del zoológico ordenó que al pandita se le hiciera un chequeo exhaustivo para descubrir las razones de su obesidad.

- Aparte de trolo, mantecoso el oso -se rió don Santiago, tentadísimo con sus propias ocurrencias.

- Shhhhhhh!!!!!! -se despertó doña Nacha (que al parecer no estaba tan ausente) y le pegó con una servilleta.


Yo proseguí.

Le hicieron el chequeo al oso y ¿qué descubren? (Salvo don Santiago, que seguía riéndose por lo bajo, todos los demás se quedaron espectantes) ¡Descubren que el animal estaba preñado y a punto de dar a luz!

- Ja ja ja ja ja... ¡Le llenaron la canasta al oso maraca! -se carcajeó don Santiago y luego lo siguieron todos los demás, menos doña Paca (poco sensible al humor chabacano), doña Lucía (que seguía inmersa en sus abstracciones) y don Benito (que nunca se ríe y nos miraba a todos con... yo diría que con odio).

El oso era un caso raro: había desarrollado un pequeño pene inservible y un escroto con testículos atrofiados que confundieron a los veterinarios y nadie vio que tenía además...

- ... ¡flor de ovarios pa' bancarse la matraca del otro oso, ja ja ja ja ja! -vociferó don Santiago, imparable, que ya hacía una fiesta por cualquier idiotez que él mismo decía.

Doña Paca lo miraba casi con desprecio.

- Pero aquí tenemos un error de concepto. -acotó mi hemipléjica amiga con su dificultosa dicción- Vos hablaste de un oso transexual pero en realidad se trata de un oso INTERSEXUAL.

- Tal vez un caso de hiperplasia suprarrenal congénita. -contribuyó Ana María, la enfermera buena onda, que había estado escuchando desde la cocina- Estudié algo de genética en la academia de la Cruz Roja y el tema me parece interesantísimo.

Doña Leonor estaba perpleja. Murmuraba "hiper... renal... ¿venérea?" mientras miraba nerviosa hacia todos lados, abriendo los ojos con desesperación, como si esperara que alguno saltara y le dijera que todo aquello era una joda para Tinelli.

- ¿Alguno vio la última película de Ricardo Darín? -preguntó Anita. ¡Chan! Tercer silencio profundo: esto es un geriátrico y la mayoría de los viejos no tiene permiso o posibilidades motrices para salir- Es la historia de una nena que nació con los dos sexos. Podríamos conseguir el DVD y verla todos juntos.

Los viejos vitorearon la idea. No tenían idea de qué tal era la peli pero la sola idea de hacer algo diferente los entusiasmaba.

- Se llama "XXY" ¿no? -preguntó Para, retóricamente por supuesto.

- ¡Ni te pensés, che Anita, que voy a ver una película "pornotrágica"! -se terminó de espantar doña Leonor, casi al límite de la histeria.

"Pornográfica", vieja bruta... Pero esas son las triple equis.

- ¿Y quién la puede conseguir? -preguntó alguien.

Nuevo silencio profundo (cri-cri).

Entonces, como era previsible, el hilarante don Santiago se pasó de la raya y despertó al monstruo dormido.

- ¿Por qué no le preguntamos al hijo de don Beni? Él debe estar al tanto de estas degeneraciones...

El viejo santurrón, que se había mantenido en el molde hasta ese momento, se transformó en un camaleón demoníaco: primero se puso blanco como el papel; después se puso verde; de ahí pasó al rojo más encarnizado y al final su rostro se tornó morado, justo cuando la ira le impidió continuar callado. Con los ojos inyectados de sangre y apretando los dientes, dijo en voz queda pero amenazante:

- Ustedes son cómplices de la obra del demonio. Festejan la existencia de criaturas aberrntes. -curiosamente al decir esto me miró fijamente a mí- Toleran el pecado y la maldad. Denigran el privilegio que Dios les ha brindado al considerarlos Sus hijos...

Y ahí levantó una mano, me volvió a mirar con ácido desprecio y me apuntó como quien lanza una maldición gitana:

- ¡Todos ustedes son engendros de Satán!

Esta vez, nada de silencio. El chascarro surgió al instante.

- Entonce menudo pata 'e lana se buscó su jermu para meterle los cuernos, ja ja ja ja.

Don Santiago ya estaba descontrolado y todos tuvimos la impresión de podría haber muertos en la contienda: ya se sabe que la hipertensión es traicionera. Pero afortunadamente don Benito se iluminó y pudo aplacar sus deseos apocalípticos.

- ¡Ríanse! ¡Ríanse! Ya van a arder TODOS en el infierno.

Y TODOS nos quedamos callados. No se olía ni el "volido" de una mosca. Solo doña Paca parecía no estar preocupada. Miró al santurrón, luego al payaso peronista, después a mí y continuó con la charla como si nada hubiera sucedido.

- Yo la quiero ver...

Don Francisco estuvo de acuerdo pero...

- Al final... -dijo- ¿el oso era o no era puto?

viernes, 17 de agosto de 2007

Fiesta de la Tirana - Inti Illimani

jueves, 16 de agosto de 2007

Putos éramos los de antes

Cuando yo era joven, no había eso de estar dentro o fuera del armario. Cada cual era lo que era y los demás lo aceptaban o no, sin sentir la necesidad de justificarse. Solo así. Es cierto que ya existía lo que hoy llamamos (erróneamente) discriminación y eso estaba mal ya en aquella época. Pero como de eso no se hablaba, daba la impresión de que no se discriminaba a nadie. Yo creo que era porque hasta los mismos discriminados estábamos convencidos de que siempre había sido así y que siempre lo sería. Las mujeres, los negros, los judíos y las maricas entrábamos todos en una misma bolsa y ya se daba por sentado que seríamos vapuleados de una u otra manera.

Más allá de eso, cuando yo era joven, no nos diferenciábamos tanto del resto de los mortales. En cambio, hoy en día se presentan casos curiosos.

En principio, la palabra "gay" es ya una definición en sí misma. Si alguien, en una conversación declara "soy heterosexual", todo el mundo se quedará mirandolo con desconcierto o con expresión de burla, como quien dice "¿Y con eso qué?". El definirse como heterosexual no aporta nada como presentación. Ahora, si a uno se le ocurre declarar "soy gay", todo el público se hará LA imagen y ya no preguntará nada más porque el solo hecho de definirse como marica es suficiente dato para que todos sepan todo de él.

Es más, ser maricón (hoy por hoy) es una ardua tarea que sólo las más divas son capaces de afrontar con éxito y glamour. Claro que podés ser un gay normal en tu existencia diaria, pero la sociedad te exige que cumplas una serie de requisitos. Espera cosas de vos. Por mucho que queramos escapar de los "heterotipos", los estereotipos están allí, a la vuelta del prejuicio.

1. MODA, MODA Y MÁS MODA: Como sos maricón, no tenés un fondo espiritual. Se espera que tu única meta en la vida sea comprar el especial pret-a-porter de Hola, estar al día de las últimas tendencias de D&G, la decadencia de Yves Saint Laurent, etc., etc. Tus queridas amigas casadas te utilizarán una y otra vez para ir de compras. No bastará con que aguantes sus historias mega-melodrámaticas típicas de Dinastía, sino que además tendrás que asesorarlas en sus compras por el Alto Palermo. Como si no tuvieras bastante con preocuparte por tu propia ropa. Porque también se espera de vos que vayas a la última. Todo ha de ser de esta temporada. Así que, querida, olvidate de las rebajas y los saldos. Siempre impecable, siempre en gama, elegante pero informal, ideal de la muerte pero sin desentonar, bien peinado, bien afeitado.... bien jodido (y no en el sentido gallego).

2. PLUMA. La justa pero sin pasarte. A la gente no le importa que seas gay (es divertido) pero ojo tampoco es cuestión de pasarse de la raya. Si sos muy maricona los pones en un compromiso social del que difícilmente saldrán airosos. Tenés que ser una rara mezcla entre Ante Garmaz y Julio Bocca, mariquita pero con compostura, mariconeando pero sin ridiculizar.

3. GIMNASIO. Tenés que tener el cuerpo 10 (si está totalmente depilado las otras maricas te van a mirar con buenos ojos). Tenés que dejarte en el gym el jornal que te sobra de lo que ya te gastaste en ropa. Pectorales, abdominales, laterales, biceps, triceps, catorciceps etc. Y por supuesto, llevate el plumómetro, no vaya a ser que le mires demasiado el bulto a algún hétero y el tipo te estrole contra su puño por sentirse acosado. En estas condiciones, es muy difícil no acabar convirtiendote en una musculoca reprimida.

4. MODALES. Las maricas, mi amor, ni eructan, ni esputan (no, aunque te parezca mentira, NO), ni se tiran pedos. Ni siquiera hacen caquita. Tenés que mantener tu glamour por sobre todas las cosas y (a menos que cagues Ferrero Rocher) ni se te ocurra pedir ayuda cuando tengas diarrea. Lo del pis es otro cantar. Las maricas tienen que mear Chanel nº5 y aprovechar a echarse una gotita detrás de los lobulos. Siempre que vayas al mingitorio has de sujetártela con papel higiénico y nunca realizar las tres sacudidas de rigor, ¡no te vayas a salpicar los pantalones de Dolce & Gabanna!

5. IRONÍA. Las mariconas siempre somos lúcidas y sabemos responder a casi cualquier comentario. Mordaz y rápido, el maricón ha de saber salir airoso de cualquier situación y conversación, ha de elaborar una recargada lista de respuestas rápidas para quedar regio donde fuere. Si no es tu caso, querida amiga, comprate el especial del Club de la Comedia y aprendete todas las frases ocurrentes que quepan en tu cabecita hueca.

Por eso, siempre que me topo con una mariquita joven le pregunto si está convencida de lo que está haciendo.

- No te hagas puto, mi amor. Además de que te termina doliendo el traste, es muy caro y agotador.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Por los buenos tiempos


El día del amigo me agarró pachucho. Esto del frío y de la falta de gas me va a terminar matando. Sin embargo estuvo bueno. Los viejos nos contentamos con poco y, si te lo proponés, siempre hay un motivo para el brindis.

Cuando me desperté recién estaba amaneciendo. Anselmo ya no estaba en su cama y eso me preocupó un poco (ya sabemos con qué bueyes estamos arando) pero supuse que había ido al baño. Aunque, más que suposición, era una expresión de deseo.

Yo había pasado una mala noche con ese asunto de la tos y la carraspera y no tenía ni ahí de ganas de levantarme de la cama. Estiré la mano y encendí la radio para ponerme al tanto de las noticias (costumbre malsana, según el Huije) y me quedé esperando a que regresara Anselmo, o que me asaltara una descarga de energía... o que me llegara la nueva de que el viejo loco estaba culo para arriba en una rampa de esas que los pendejos usan para andar en patineta... Lo que sucediera primero.

En el pasillo ya se oía el trajín diario. Desde la sala llegaba la voz chillona de doña Leonor que tenía no sé qué problema con el punto arroz. En su puta vida había agarrado una aguja y ahora (cuando ya está más cerca del arpa que de la guitarra) se le ha dado por tejer. Encima recurrió a la tutoría de doña Lucía, que teje de maravillas pero carece en absoluto de virtudes pedagógicas. Verlas por las tardes en las clases de tejido es un espectáculo impagable que supera, en absurdo y comicidad, a cualquier capítulo de "Yo amo a Lucy".

A las ocho, más o menos, entró Patricia, una de las auxiliares.

- ¿Cómo le va don Artu? ¿Se siente mejor hoy?

- Mmmmm... más o menos... Ya no tengo fiebre pero todavía siento el pecho muy cargado...

- Ya va a pasar. Usté es un viejo fuerte y testarudo, así que de esto no se va a morir.

Me causó gracia la conclusión. A estas alturas de la vida, la muerte es una compañera más y hasta se pueden hacer chistes en primera persona sobre ella. Me reí con ganas.

- Igual no hay que descuidarse. -comenté- A la muy jodida le gusta aparecerse por donde nadie la espera.

Siempre con una sonrisa, Patricia levantó las persianas para que entrara la luz del sol, me acomodó las cobijas y me dio un besito en la frente.

- Feliz día, don Artu.

Hasta ese momento no me había percatado de que era 20 de julio. Lo habíamos comentado pocos días antes, durante la cena, pero aquí dentro (por más que uno le ponga toda la buena onda) los días se suceden, uno tras otro, todos iguales. Es inevitable perderle el rastro al calendario.

Sorprendido y halagado, ,le agradecí el saludo y se lo retribui como muestra de buena educación.

No tenía idea de que Patricia me incluyera entre sus amigos. A pesar de que ambos tenemos nuestro carácter, que a veces ella es un poco mandona, que yo también tengo mis "cosas de viejo", siempre tuvimos muy buena onda. Sin embargo, se me ocurrió pensar en que ser amigo es mucho más que eso y, aunque no lo dije, parece que se me notó.

- ¿Por qué se asombra tanto? -me preguntó.

Y pillado con la guardia baja, tuve que responder.

- No es que me asombre -mentí-. Solo pensaba que vos, siendo tan jovencita, debés tener amigos mucho más amigos que yo.

Patricia se sentó en el bordecito de la cama y miró hacia la ventana como quien mira una filmación casera muy, muy vieja de la que ya no se acordaba. Después me tomó la mano y, apretándola fuerte, la puso sobre su falda.

- Puede ser -me dijo-. Aunque ya no soy tan jovencita: casi llego a los cuarenta...

- Ay, mi amor, no me vengas con esas que cuando vos naciste yo ya era viejo.

Ahora fue ella la que se rió con ganas y, después de un corto silencio (uno de esos silencios cinematográficos), retomó el diálogo:

- ¿Se acuerda del año pasado, cuando tuve aquel "problemita"?

¡Cómo olvidarlo! En una misma semana la pobrecita se había quedado viuda y había descubierto que su único hijo no solo era gay sino que además tenía VIH. ¡Y el pendejo tenía solo 16 añitos! Una tragedia. ¡Claro que lo recordaba!

- Bueno... aunque le parezca mentira, una de las pocas personas que desde entonces se ha preocupado por la salud de Nachito, el único que me ha ayudado a ver las cosas desde otra óptica, el primero que me acercó información sobre el sida, el que me alcanzaba un pañuelito cuando me sorprendía llorando por los rincones... ése era usté, don Artu. ¿Le parece que no lo voy a considerar mi amigo?

Entonces comprendí que, al igual que la muerte, la felicidad también puede aparecerse donde menos la esperamos. Sobre todo cuando uno cosecha frutos que sembró sin darse cuenta.

La historia de Patricia y su hijo Nacho me conmovió profundamente y me enfrentó cara a cara con una realidad que todos preferimos esquivar: una realidad que es una mierda, se ensaña con los más jóvenes quitándoles el futuro y tortura a los más viejos obligándonos a ser espectadores impotentes de un mal que no podemos detener. De todos modos, no creo que lo que hiciera por ellos fuera tan meritorio. Cualquier persona que sufre debiera recibir una palabra de aliento. Ella estaba confundida y desesperada y yo estaba allí con la poca o mucha experiencia que me han dado los años y una visión del mundo que venía muy a cuento para la situación. ¿Cómo no darle una mano?

No supe decir nada. Nos quedamos un buen tiempo en silencio, mirándonos sin ver más que nuestro gusto por habernos encontrado, por habernos descubierto. El hogar seguía con su ritmo extraño: don Benito agorando cataclismos, don Santiago entonando la Marcha Peronista, doña Sofía a los gritos para que la dejara escuchar las noticias, doña Pancha reclamando un poco de cordura...

- ¿Sabés por dónde anda Anselmo? -pregunté al rato como para salir elegantemente del ensueño.

- Salió como a las siete - me respondió muy campante.

¡Alarma roja! Me puse loco.

- ¡Dónde se habrá ido ese viejo pata 'e perro! ¡Vaya uno a saber en qué lío se estará metiendo! ¡No entiendo cómo lo dejaron salir!...

- No se preocupe, don Artu -me tranquilizó Patricia-. Esta vez no salió solo ni sin permiso. Mechita le dio el visto bueno y lo acompañaba don Francisco. Creo que iban a comprar algo.

Convengamos que don Francisco tampoco era ninguna garantía pero, si pasaba algo, al menos habría alguien que pudiera dar aviso. Sin embargo, no me quedé tranquilo. ¿Qué habrían salido a comprar a las siete de la mañana con el frío que hacía? ¿Y por qué tardaban tanto? ¡Encima con don Francisco! ¿Desde cuándo eran tan compinches esos dos? ¿Por qué no me pidió a mí que lo acompañara? ¡Ni siquiera me dijo que pensaba salir temprano! "Son todos iguales", me enojé: "Hacen lo que se les canta sin decir ni mu y es uno el que se queda con el jesús en la boca sin saber si les pasó algo por ahí".

Estaba tan rabioso que me levanté ahí nomás. Me enfundé los pantalones y las medias de lana, camiseta de frisa, una camisa blanca, sueter negro y un pañuelo de seda color rosa viejo al cuello. Me calcé las botitas de abrigo y dejé a mano el sobretodo y el sombrero de ala ancha por si tenía que salir de apuro. Esas salidad de Anselmo me ponen fuera de mí.

Yo iba hacia la sala cuando Patricia venía con la bandeja del desayuno.

- ¿Por qué se levantó don Artu? Tendría que aprovechar el día y quedarse en cama hasta que se cure definitivamente.

Como era de esperarse, testarudo como soy, terminé desayunando en la sala. Cuando algo se me pone en la cabeza no hay dios que me haga cambiar de opinión. Doña Leo seguía enredada en sus lanas y doña Lucía ya empezaba a putear en italiano, señal de que se acercaba el momento cúlmine del capítulo del día. En un rincón, don Benito mascullaba su lectura de la Biblia y de soslayo nos relojeaba a todos con desconfianza. Don Santiago jugaba un solitario con los naipes mientras ayudaba a doña Cata con el crucigrama de La Nación y, entre tanto, doña Sofía me anoticiaba de los pormenores del asesinato de una pobre jubilada. Que me perdone el alma de la buena señora muerta pero a mí me importaba un bledo su historia. A medida que pasaban los minutos, los nervios y la ansiedad me consumían más y más. Tanto que en un momento me levanté, volví a las chuecadas hasta mi cuarto, me puse el sobretodo, el sombrero y quise salir a "dar un paseo".

Se desató entonces una gran batahola: yo queriendo salir y el resto de los presentes impidiéndomelo. Yo que me enojaba y alguien que trataba infructuosamente de calmarme. Yo que amenazaba y otro alguien que cerraba la puerta con llave. yo que reclamaba a los gritos y todos que me obligaban a sentarme frente a una taza de té de tilo. El índice de audiencia de la clase de tejido que se iba a pique y mi berrinche que alcanzaba niveles inéditos de popularidad. Obvio que el té de tilo ni probé pero me tuve que quedar guardado sin que el desgraciado de Anselmo se dignara a dar señales de vida. Encima, la mala onda de Mechita era la única que sabía dónde habían ido y se había retirado a las ocho menos cuarto.

Uno nunca sabe por dónde le van a rebrotar los vicios. Yo que dejé de fumar hace más de veinte años, ese día a las once de la mañana hubiera dado mi vida por un cigarro. Y frases tales como "quedate tranquilo", "ya va a volver" no hacían más que aumentar mi descontrol.


La cuestión fue que los señores paseanderos apareceiron cerca del mediodía, justo para la hora del almuerzo.

Entraron como si tal cosa. Todos los mirábamos con reproche: yo más que ninguno.

- ¿Qué pasa? -se atajó don Francisco- Fuimos a cobrar la jubilación. Hoy nos tocaba.

¡Me había olvidado de ese detalle! Pero igual les grité a los dos (como si yo fuera la madre y ellos dos, los hijos traviesos y desobedientes) que deberían haber avisado, que estábamos todos angustiados, que ya íbamos a dar parte a la policía... y todas esas exageraciones a las que uno apela cuando se pone histérico.

La escena culminó con un mutis por el foro de mi parte, cabeza gacha sobre el dorso de una mano y sollozo de dolor.

Ya en mi cuarto, me tumbé sobre mi cama y, a los pocos minutos, pude oir el chirrido de la silla de ruedas.

- ¿Me perdonás? Nunca pensé que te preocuparías tanto...

Su voz se oía muy apesadumbrada. Claro que, como toda diva que se precie, no me dejé engañar por sus artimañas. Aunque imaginaba su carita triste de viejito arrepentido y un nudito en la boca del estómago me tentaba a perdonarlo. En eso, me pasó la mano por la espalda y me dijo con timidez:

- Feliz día.

No sé si hace falta que lo aclare a estas alturas del partido pero siempre he sido una persona temperamental y la edad ha potenciado el furor de mis reacciones. Con el vigor de los veinte años, me levanté con ambos brazos como haciendo lagartijas y giré violentamente la cabeza hacia él, con la mirada inyectada de ira y el firme propósito de escupirle en la cara de qué feliz día me estaba hablando. Pero cual no fue mi sorpresa al verlo sobre su silla, más niño que nunca, con carita de perro mojado y un regalo entre las manos tendidas hacia mí.

- Por los buenos tiempos -dijo.

Las fuerzas me abandonaron y me desplomé peligrosamente sobre la cama. A mi edad los huesos ya son como arenilla. Con dificultad, me senté en el borde y tomé el paquete. Lo desenvolví rompiendo el papel, como indican los consejos para la buena suerte, y vi que eran bombones de chocolate, mi debilidad.

En los años que llevamos juntos, compartiendo el cuarto, las penas y las alegrías casi sin necesidad de hablar, era la primera vez que Anselmo tenía un gesto semejante. ¿Pueden creer que me puse a llorar como una marica?... Sí... imagino que pueden creerlo.

Por sonarme los mocos, se me cayeron los lentes al suelo y, al tratar de agacharme para recogerlos, el viejo ladino me tomó la mano. Un escalofrío bastante agradable me recorrió de pies a cabeza y (no sé cómo) quedamos frente a frente, nariz con nariz.

Décadas atrás, no lo hubiera dudado y ahí nomás le hubiera comido la boca. Una siempre tuvo delirios de estrella hollywoodense y no hay comedia romántica que no termine con un beso. Pero a nuestra edad, por más que ya estemos más allá del bien y del mal, hay pudores que se hacen sentir más que otros. El caso fue que solo nos abrazamos y nos besamos en la mejilla. Estoy seguro de que ambos estuvimos tentados de susurrar un "te quiero" y no nos animamos: en la puerta de la habitación había demasiada gente atenta a la escena. Cuando se dieron cuenta de que allí terminaría todo, comenzaron a aplaudir. Sólo faltó que aparecieran en grandes letras blancas las palabras mágicas: THE END.