martes, 5 de febrero de 2008

La granja de hormigas y el disco rígido


Apropiándome de frases ajenas, comenzaré diciendo que lo malo del tiempo no es que pasa sino que se queda. He tardado en estar de acuerdo con esa conclusión a la que llegara la benemérita bisabuela de un muy buen amigo, pero hoy lo veo claro como el agua cristalina de los manantiales. Y para ello me ha servido lo poquito que sé en cuestiones informáticas. Aunque no me lo crean. A ver si puedo explicarlo…

Por improbable que resulte, yo también tuve niñez y, en aquellos primeros lustros del siglo, mi pequeña cabecita era un hormiguero febril (y la verdad es que la metáfora no es antojadiza, jiji). Como les habrá sucedido a todos ¿verdad? Las ideas eran inquietas y mutantes. Los deseos, incontenibles. Lo quería todo para ayer. Y como el disco rígido de mi mente estaba casi de estreno, no era difícil tener a mano los recuerdos placenteros y vaciar en un santiamén la papelera de reciclaje. Sin hacer gran esfuerzo, hoy en día, solo puedo recordar momentos bellos de aquella época: mis pies chapaleando en el arroyo, mi padre regresando del trabajo con mi caramelo de menta en el bolsillo, los enojos fingidos de mi madre, los atardeceres en la pequeña huerta que yo ayudaba a cuidar, mi fascinación por la granja de hormigas que me regaló tía Alcira cuando cumplí siete años… algo muy extraño en aquellos tiempos en los que no se acostumbraba festejar los cumpleaños. Al menos no entre los pobres.

Tía Alcira tenía plata y vivía en la ciudad. Será por eso que me dio aquel regalo tan extraño que marcó mi vida para siempre.

Para los que no estén muy al tanto de lo que es una granja de hormigas, es una gran caja de vidrio en la que se reproduce la estructura de un hormiguero y de una colonia de hormigas para su estudio. Algo más o menos así:

La granja de hormigas que me regaló tía Alcira tenía casi un metro de altura por un metro de ancho y el espesor de la caja no debía superar los cinco centímetros. Tenía base y marco de madera. La parte posterior estaba cubierta por una placa fija, también de madera, que no permitía pasar la luz y, en el frente, cuatro placas deslizantes que permitían ver el interior por sectores. Allí vivían mis hormigas coloradas como si del mundo real se tratase, excavando más túneles, cuidando los huevos que ponía la reina, buscando el alimento que yo les dejaba en la superficie de la caja, uno de los numerosos cuidados que tenía que tener para que la colonia no muriera. Había que mantener la granja en un lugar fijo y en el que la luz no le llegara directamente. También había que preservala de los golpes que pudieran romper el vidrio o provocar derrumbes en el interior. Aquel era un mundo en miniatura y yo era algo así como su dios. Aunque, como divinidad, creo que no me fue del todo bien porque no recuerdo que la granja haya funcionado durante mucho tiempo. Sin embargo (enganchando este tema con lo que venía diciendo antes) puedo recordar el placer que me producía el solo hecho de abrir cualquiera de las placas del frente y husmear cómo era la vida de los bichitos… Es curioso que no recuerde en absoluto ni cómo ni dónde ni por qué se produjo el gran Apocalipsis de aquel mundo diminuto. No obstante, esa actitud de observación pretendidamente científica fue algo que me quedó y me marcó, para bien o para mal.

Y con el paso de los años (o con su llegada, para ponernos a tono con el inicio de este texto), mis experiencias se han ido multiplicando y diversificando, al igual que los recuerdos, los afectos, los rencores, las miserias y las alegrías. Tanto que ya no resulta tan sencillo dar con ellos en el caótico sistema de archivos que llevo bajo el escaso pelo. En consecuencia, tampoco es tan fácil deshacerse de lo innecesario o lo indeseado; el sistema se va volviendo cada vez más lento, cada dos por tres nos topamos con restos de programas desinstalados, se reproducen los errores y se hacen comunes los mensajes de alerta que no comprendemos. Y esto es bien curioso: por más que leamos atentamente el mensaje, una y otra vez, lo único que nos queda claro es que algo no está funcionando bien… y que la única salida es formatear el disco rígido. Claro que (en el caso de los seres más o menos humanos) esta no es una opción en realidad.

Como podrán imaginarse, por estos días me he calzado el batón floreado y el pañuelo en la cabeza para hacer un poco de limpieza en el sistema operativo. La tarea es agotadora y por demás ingrata. Puede ser que queden libres algunos MB pero nada volverá a ser como era. Aun en manos del mejor de los técnicos, el sistema seguirá lento, seguirán a la orden del día los cuelgues que obliguen a reiniciar, más de un programa ya no volverá a correr y los mensajes de error continuarán con sus apariciones agoreras, profetas de lo inestable.

Llegué a estos pensamientos después de que alguien me preguntara el por qué de abrir mi propio y disparatado blog: “Estoy haciendo un back-up de toda la información, mi vida”. Es inevitable y cada vez más cercano el colapso definitivo del equipo y estoy tratando de salvar algunos datos que puedan ser de utilidad para futuros usuarios.

O acaso se estaban pensando que pretendo meter mis hormigas en la compu????? Oia... qué buena idea! Podría quedar algo parecido a esto:

Ay... ¡no! Me equivoqué! Quise decir algo parecido a esto! Jijiji

¿A ustedes qué les parece?


lunes, 14 de enero de 2008

PREPARATIVOS DE AÑO NUEVO


Estoy seguro de que todo el mundo tiene la fantasía de que la fiesta de Año Nuevo en el geriátrico es una lágrima, que solo encontrarán allí una colección de bolsas de huesos con caras de momias, tristes y desahuciadas. Bueno... tal vez no estén demasiado equivocados después de todo, pero habemos algunas bolsas de huesos que hacemos la diferencia.

Debo reconocer que se trata de una época del año muy "movilizante" en la que aquellos que ya atesoramos algunos lustros en nuestro haber caemos en la cuenta de que son muchos más los que no están que los que sí. Es decir: si mi memoria fuese tan potente como mi corazón y pudiera recordar a todas las personas que he querido y/o amado en las últimas décadas, podría establecer una sencilla estadística en la cual el mayor porcentaje ya está muerto.

A este pequeño detalle deberíamos sumarle las disputas familiares. Los que gozan de la ventura de tener hijos suelen presenciar peleas en las que sus vástagos se pelean por ser quienes NO se lleven a su viejo a casa para las fiestas. El caso de los que solo tienen sobrinos lejanos es, quizás, más sencillo. Aunque yo prefiero mi propia situación: la de tener tan solo amigos.

No es menor el detalle del deterioro físico. A muchos viejos les gustaría ahogar sus penas en alcohol o bien ocultarlas detrás de una montaña de hidratos de carbono y grasas saturadas. Muchos hay que igualmente desafían los postulados de la medicina y se atiborran con cualquier veneno que se venda envuelto en un bonito papel con motivo navideño. Del mismo modo, habemos algunos que sobrevivimos.

Si lo vemos desde el punto de vista de las finanzas, el panorama no mejora. La mayoría de los viejos que pasamos nuestros días en el asilo cobramos una jubilación que apenas si alcanza para los remedios. Los que otrora tuvieron tan vez algún buen pasar ya han sido despojados por sus herederos y los que pueden gozar de buen dinero no estçan aquí.

Y ¿para qué seguir con la lista de penurias?

Siempre será mejor ver el lado positivo de las cosas. Por eso este año (como los anteriores) he decidido recibir al 2008 con mis amigos y enemigos de siempre. ¿Existe una mejor manera de iniciar un nuevo ciclo?

Aunque este año tuvimos algunas bajas para la celebración. Doña Jovita fue gentilmente invitada por los papás de sus nietitos postizos y no dudó un segundo en aceptar. Don Francisco amenazó a sus propios hijos con no firmar el poder que ellos necesitaban para vender la casa paterna, si no lo llevaban a conocer a su última nieta. Por último, doña Sofía la pegó con una apuesta importante en la quiniela y se pudo pagar un pasaje ida y vuelta a Montevideo para visitar a una de sus amigas de la juventud (lo que doña Sofía no sabía era que su amiga hace ya cinco años que sufre de Alzheimer y no la reconoció en todo el fin de semana).

Por lo demás, el resto del viejaje nos quedamos acá.

- ¿Qué hacemos para comer? -le pregunté a Patricia el viernes 28 por la noche. Ya todos se habían ido a dormir y a ella le habían confirmado recién esa tarde que tendría guardia el 31.

- Si tenemos que contar con el presupuesto que nos da la jefa, los mismos fideítos hervidos y la sopa de todos los días.

- Eso no es problema. Mañana hago una vaquita entre todos los viejos y vamos a comprar algo.

- Genial. Hacemos pollo al horno con papas y unas ensaladas.

- ¡Claro!!!! Así nos ahorramos las fotos!!!!

Pero Pato no comprendió el mensaje "oculto" y tuve que explicárselo...

- ¡Eso es lo mismo que comimos el año pasado! La mesa va a ser la misma... ¿Por qué no hacemos otra cosa?

- ¿Y qué se le ocurre, Don Artu?

Si no estuviéramos todos tan cagados por el colesterol me encantaría hacer un asado.

- Eso está descartado...

- Además sería muy cruel para doña Leo: con su dentadura (arrasada por la descalcificación)hasta los ravioles le resultan duros...

- ¿Qué le parecen unas ricas tartas? Yo tengo recetas para hacerlas livianas, ricas y sanitas, para que todos puedan comer sin problemas.

. ¡Listo! ¡Me encanta la idea. Pero te vas a tragar toda la tarde junto al horno! ¡Con estos calores!

- T bueh... un sacrificio siempre hay que hacer. Además vengo con Nachito y usté sabe que mi hijo es muy mañero para comer.

- Todo bien. ¿Y para beber?

- En la heladera quedaron cuatro sidras...

- ¿De las que sobraron de Navidad? ¿Esas que compró la jefa?

- Creo que sí...

- Dejá entonces. Yo me encargo de las bebidas. Lo que gasto de más en comprar sidra de la buena me lo ahorro en aspirinas y en sal de frutas.

- El helado se ofreció a comprarlo don Santiago.

- ¿Santiago??? ¡Ni dios permita!!! Siempre compra esos gustos que ni él puede comer. En julio terminamos tirando el medio kilo de crema moka que había comprado para la Navidad del 2006. Dejá que también lo compro yo.

- Anda con plata, don Artu...

- ¿Y en qué querés que la gaste, nena? No fumo, no bebo, no ando con mujeres...

- Pero en este barrio hay muchachos muy lindos...

- ... que cobran más de lo que yo podría pagar!!! ¿O te pensás que andarían conmigo tan solo por amor?

- Ay, don Artu, era solo un chiste. No se lo tome tan a la tremenda.

- Ya sé, nena. Era un decir... yo en lo único que gasto plata es en pilchas.

- ¿Y qué se va a poner para la fiesta?

- Me compré una camisa de hilo rosa viejo divina, que me combina con el pantalón blanco, ese recto que me queda tan bien. Me faltaría comprarme unas sandalias nuevas. Con estos calores ni soñando me pongo zapatos... Y en la cabeza me voy a poner un turbante maravilloso que me trajeron de Marruecos las hijas de Anselmo...

- Ahhhh, usté tan elegante y yo que voy a parecer una piquetera, toda chivada al lado del horno!!!!

- Pero mi amor, las jovencitas lindas como vos siempre están espléndidas. Solo las viejas acabadas como yo necesitamos producirnos para no asustar...

Y esa es una dura verdad que a cualquiera pone triste.. ¿no es cierto?