jueves, 8 de noviembre de 2007

Respeto Andaluz



Esto de recordar es como una pelota de nieve: basta con dejarla rodar para que se haga más y más grande. Yo ando muy memorioso últimamente, al contrario de muchos viejos del hogar, a los que les cuesta identificar qué fue lo que comieron al mediodía. Suele sucederle muchas veces que olvidan lo inmediato pero recuerdan a la perfección el precio del azúcar en agosto de 1931. No es mi caso: yo todavía conservo la mente clara (a pesar de los años) y cada día recuerdo más anécdotas y vivencias. Por más que haya alcanzado la edad en que merezco olvidos antes que recuerdos. Sin embargo, desde mi accidente con la electricidad, las imágenes del pasado me viene a la mente en tropel. ¿Será que me está llegando la hora de dejar de recordar para siempre? Ya seería tiempo ¿no?

La única que disfruta de mi buena memoria es doña Paca, mi gran amiga y compinche. Ella es una mujer brillante, culta y sabia. Pero ha pasado su existencia entre libros y papeles.

- Yo desdeñé mi propia vida en beneficio de la de los personajes de la literatura y hoy descubro que me he quedado irremediablemente sin recuerdos propios -me confesó una tarde-. Lo que no alcanzo a descifrar es si eso es un castigo o un premio.

En cambio, yo he leido poco y he vivido mucho. Tanto que a veces me parece haber vivido más de una vida.


Días atrás, después del desayuno (que es la hora en que cada viejo se pierde en su mundo y nosotros dos podemos aprovechar para charlar tranquilos para evitar interrupciones molestas), le mencionaba a Paca la historia de Albertito que relaté aquí la última vez. Y como una cosa trae a la otra, también le comenté que la noticia me había llegado por primera vez a través de los diarios y que leí los titulares en las habitaciones del Hotel Castelar donde se hospedaba Miguelillo.

- ¿Qué Miguelillo? -preguntó doña Nacha, que acababa de acercarse y no pudo resistir la tentación de meter la cuchara.


- Ah... si yo les contara quién fue Miguelillo se quedarían con la boca abierta...

Más o menos les empecé a contar.

Yo fui el único ser en el mundo al que le permitió llamarlo Miguelillo. "Mi talento es superior y no admite diminutivo" decía. Fue un grande entre los grandes y el artista más exquisito que haya parido la madre España. Yo lo conocí en el '42, cuando él acababa de llegar a Buenos Aires por primera vez. Nos presentó un amigo común, Panchito Guerrero, y jamás voy a olvidar el modo en que me miró Miguelillo en esa oportunidad. ¡Me devoró con la mirada! (en esa época yo era un jovencito muy apetecible). Me sonrió con esa dentadura blanquísima que tenía y me invitó a sentarme a su mesa. Yo acepté y, de pronto para los dos Panchito desapareció de escena sin haberse movido de su sitio. De inmediato, Miguelillo tomó mi mano entre las suyas, siempre enjoyadas de anillos y pulseras, y me dijo:

- Manos perfectas, manos de artistas las tuyas y las mías. Tengo la certeza de que tú y yo haremos grandes cosas juntos.

Yo me sonrojé y él creyó adivinar en mi rubor un signo de inocencia y de pudor. Nada más lejos de la realidad. Mi repentino carmesí respondía a las alocadas fantasías que tales atenciones habían desatado en mi mente calenturienta. Por suerte para ambos, no tardamos en retirarnos a un ámbito más privado e hicimos lo que debíamos hacer.


- Sos un viejo zorro, Arturo -se rió Paca con su media lengua.

- En mis tiempos se les llamaba "putos" -intervino don Francisco en un tono extrañamente ofensivo (él no suele exteriorizar tan francamente su homofobia).

Lo había dicho en voz alta y todos lo oyeron, razón por la cual, poco a poco, el círculo de viejos se fue cerrando a nuestro alrededor. Paca quiso reprenderlo pero yo le hice señaas para que no dijera nada. Los años me han enseñado a reirme e ciertas cosas. Entre ellas, de estas situaciones en que la gente gusta de ahuyentar fantasmas mediante el agravio. ¡Por qué será que los hombres como don Francisco se sienten tan amenazados por las maricas?

- Menos mal que nunca le dijo algo así a Miguelillo -le respondí.


Entonces les empecé a contar la historia de su debut en el Chantecler.


Creo que fue en el '46. Ya estaba Perón en el gobiern y fue la mismísima Eva la que lo mandó a buscar de México.


- Pero ¿no vivía en España el coso ese? -preguntó don Santiago, que había parado las orejas de inmediato cuando escuchó a nombraba a sus ídolos.


- ¡Qué pregunta tan idiota! -exclamó doña Nacha, algo molesta por tanta interrupción- ¿Acaso no sabe que los artistas andan siempre viajando de acá para allá?


De hecho, Miguelillo había vivido en España hasta poco antes de que yo lo conociera, cuando el Generalísimo Franco lo expulsó por maricón y republicano. Una historia muy triste que no viene al caso contar ahora.

Se vino directamente a Buenos Aires con la compañía de Lola Membrives y tuvo un éxito extraordinario. Tanto que a los pocos meses pudo comprar una casona en Belgrano y me llevó a vivir con él.


- Ahora me perdí yo -confesó doña Jovita-. ¿Por qué lo tuvieron que ir a buscar a México si acá le iba tan bien?


- Si quieren les cuento pero nos alejamos bastante de la historia del Chantecler.


- Cuente, cuente -se entusiasmó doña Sofía, siempre tan farandulera, aunque la noticia le llegara con sesenta años de atraso-. Cuente que tiempo es lo que nos sobra.


Lo que sucedió fue que, por estas latitudes, tampoco todo era color de rosa. El general Farrell había dado un golpe de estado y se proponía "purgar la moral de la nación". Así, una mañana recibimos la visita de un funcionario del Ministerio del Interior. Yo mismo le abrí la puerta y lo conduje hasta el estudio, donde Miguelillo preparaba un nuevo cuadro musical. Los dejé a solas. La entrevista duró apenas diez minutos, transcurridos los cuales acompañé al visitante hasta la salida.


- Me tengo que ir -dijo sombríamente Miguelillo.


- ¿A dónde? ¿Qué traje te preparo? -pregunté inocentemente.

- Todos. Me tengo que ir de la Argentina.


La embajada de España había presionado para que se lo deportara y el gobierno argentino había accedido. Pero esta también es una historia larga y triste.

- Sí, sí -opinó doña Nacha- Mejor volvamos a la del Chantecler.


Bien.


El Chantecler era un cabaret de lujo que tenía hasta piscina para los espectáculos de ballet acuático. Era un lugar muy selecto al que concurría la crema de la aristocracia porteña. Un sitio ideal para Miguelillo, que era la gran estrella del momento.
Aquella tarde me pasó a buscar en su auto por el edificio donde yo vivía, a la vuelta del Palacio de Tribunales.

- Pero ¿no vivían juntos los dos, che Arturo??? -interrumpió malintencionadamente doña Leo, que estaba escuchando tras la puerta y no pudo desechar la oportunidad de ponerme en evidencia.

- Usté mejor que nadie debería saber que el amor no dura para siempre -le retruqué en alusión a los tres maridos que la abandonaron a lo largo de su vida.


El golpe le dolió y, ante su silencio, continué con el relato.


Miguelillo era un hombre muy fino pero en absoluto amanerado. A nadie le ocultaba su gusto por los muchachitos bellos pero siempre se mostraba como un señor. Era afecto a vestirse con sedas y terciopelos, a cubrirse de alhajas y usar los mejores perfumes. Sin embargo, nadie podía decir que lo hubiera visto comportarse como una loca. Al menos no en público. Era un poco excéntrico, eso sí. Tenía un Cadillac blanco con tapizados de piel de tigre y un chofer japonés con gorra y uniforme negros (una versión anticipada del Kato que, años depués, encarnaría Bruce Lee en "El Avispón Verde"). Cada vez que el Cadillac se estacionaba en la puerta de mi edificio, se juntaba una multitud de vecinos que aplaudía al verme aparecer, glamorosa y liviana como una Callas. Pero en realidad no era que me aplaudieran a mí sino que festejaban que, al abrir la portezuela, tuvieran la oportunidad de ver los zapatos o las piernas del ídolo. La única vez que Miguelillo tuvo la deferencia de descender para saludar a su público, las emostraciones de afecto fueron tan efusivas que le dejaron la ropa a la miseria. ¡Con lo que él odiaba andar desprolijo!

Como podrán imaginarse, también era muy puntilloso con la puesta de los espectáculos y maniático de los más mínimos detalles. Para el show del Chantecler, se había hecho preparar una réplica de la Cibeles y toda una escenografía que evocara a Madrid. Él cambiaba de vestuario en cinco oportunidades, lo acompañaban más de treinta bailarines y la orquesta tenía dieciséis maestros de renombre.


- Un enfermo de petulante, el gaita...


Era evidente que don Francisco se había levantado de muy mal genio.



El espectáculo comenzó y Miguelillo salió a escena con pantalones blancos ajustadísimos y una camisa de seda amarilla con enormes lunares negros. Todo marchaba de maravillas. Los espectadores no podían salir de su asombro ante la majestuosidad de la puesta y el talento del artista. Todo genial... hasta que, en medio de uno de los temas, como si hubiera estado esperando el momento propicio, uno de la platea le gritó:

- ¡Maricón!


La orquesta siguió tocando algunos compases más pero Miguelillo se detuvo al instante, se plantó en medio del escenario y empezó a escudriñar el auditorio. Ordenó que se apagaran los reflectores e iluminaran la platea. Los que estábamos entre bambalinas temblábamos porque Miguelillo enojado era capaz de cualquier barbaridad. Después me contó él mismo que había descubierto al agresor por la expresión machista de autodeficiencia con que le sostuvo la mirada, orgulloso de haber dicho lo dicho. Entonces Miguelillo se puso frente a él, lo obligó a ponerse de pie y, sin decir agua va, lo noqueó de una trompada.

- Se equivoca usté, caballero -le dijo a continuación-. Entre mis cuatro paredes yo hago mi vida. Pero soy tan hombre como el que más y exijo respeto.

12 Comentarios:

Anónimo dijo...

Y ud. Don Arturo, es un bombón!!!
Sus crónicas son deliciosas. Gracias por contarnos

gustavo dijo...

DOn Arturo quégrato debe ser estar sentado allí escuchando tus historias, si leerlas es entretenido no me imagino allí, con sus inflexiones de voz y las pausas para recordar detalles y crear suspenso en quienes te escuchamos.

Dios te bendiga siempre, porque has vivido como has querido y siendo feliz

JuanMa dijo...

En primer lugar, tengo que decirle que usted no merece olvidos. Mire usted, seres humanos con menos de la décima parte que contar que usted son recordados y admirados por muchos.

En segundo, y una vez más, la historia es absolutamente genial y usted tiene el arte de contarla de una forma magistral.

Y en tercer lugar, no puedo más que felicitarle y animarle a que comparta con nosotros, sus lectores, todo ese tropel de imágenes y vivencias que atesora.

Gracias.

ELECTROCHONGO dijo...

increible anècdota, Arturo, e increìble el Miguelillo!
gente como ese hombre quedan muy pocos!

te invito a pasar pormi blog que lo rediseñè y le cambiè un poco la onda tan "solo info" que ten`ìa

besos

Gustavo dijo...

¡Qué bien le hizo la electricidad!
¡Cada día cuenta mejor!
No veo la hora de leer su próxima historia.

Le mando un beso grandote.

Unknown dijo...

Uia... me quedé en bolas con el nombre de ese Miguelillo... Quién es?

Anónimo dijo...

¡Genio! Cuánta delicia leer estas crónicas, don Arturo...

Me regodeo en el estilo dialogado y fresco, me solazo en la escena cotidiana del círculo de orejas curiosas, me pierdo en la evocación de lo que no he vivido y es como si lo viviera...

Y me preparo para intentar calar en sus zapatos, cuando en breve me queden los recuerdos para vivir, porque ellos, esas imágenes de lo que nos pasó, nos hacen vivir tanto o más de nuevo las experiencias...

Saludos!

MM dijo...

Antes había que tener las bolas bien puestas para ser gay.

Si ahora es más fácil lo que sería antes.

Muy buenas hostorias, saludos!!

Anónimo dijo...

Ay, Artu, lástima que ayer no fue a la marcha! Lo hubiera visto a Albertito todo pintado de rojo (como el diablo que lleva dentro, ja ja) para que no lo reconocieran. Ahora es acivista gay pero las convicciones no le dan para tanto, ja ja ja ja ja.

Anónimo dijo...

Ya me hubiera gustado estar allí para verles, a usted y a don Miguel, juntos en plena actuación... ;-)

Unknown dijo...

Don Artu, estuve investigando y encontré a Miguelillo.
En la siguiente dirección hay música de él:

http://light726.imeem.com/music/zSvNmapp/miguel_de_molina_la_bien_paga/

Besinhos

Anónimo dijo...

Lo que más admiro de ti y tus letras es la manera propia que te haces respetar . Tu parodia más que una experiencia es una lección de vida .

Un beso .

Paz/