miércoles, 1 de agosto de 2007

Por los buenos tiempos


El día del amigo me agarró pachucho. Esto del frío y de la falta de gas me va a terminar matando. Sin embargo estuvo bueno. Los viejos nos contentamos con poco y, si te lo proponés, siempre hay un motivo para el brindis.

Cuando me desperté recién estaba amaneciendo. Anselmo ya no estaba en su cama y eso me preocupó un poco (ya sabemos con qué bueyes estamos arando) pero supuse que había ido al baño. Aunque, más que suposición, era una expresión de deseo.

Yo había pasado una mala noche con ese asunto de la tos y la carraspera y no tenía ni ahí de ganas de levantarme de la cama. Estiré la mano y encendí la radio para ponerme al tanto de las noticias (costumbre malsana, según el Huije) y me quedé esperando a que regresara Anselmo, o que me asaltara una descarga de energía... o que me llegara la nueva de que el viejo loco estaba culo para arriba en una rampa de esas que los pendejos usan para andar en patineta... Lo que sucediera primero.

En el pasillo ya se oía el trajín diario. Desde la sala llegaba la voz chillona de doña Leonor que tenía no sé qué problema con el punto arroz. En su puta vida había agarrado una aguja y ahora (cuando ya está más cerca del arpa que de la guitarra) se le ha dado por tejer. Encima recurrió a la tutoría de doña Lucía, que teje de maravillas pero carece en absoluto de virtudes pedagógicas. Verlas por las tardes en las clases de tejido es un espectáculo impagable que supera, en absurdo y comicidad, a cualquier capítulo de "Yo amo a Lucy".

A las ocho, más o menos, entró Patricia, una de las auxiliares.

- ¿Cómo le va don Artu? ¿Se siente mejor hoy?

- Mmmmm... más o menos... Ya no tengo fiebre pero todavía siento el pecho muy cargado...

- Ya va a pasar. Usté es un viejo fuerte y testarudo, así que de esto no se va a morir.

Me causó gracia la conclusión. A estas alturas de la vida, la muerte es una compañera más y hasta se pueden hacer chistes en primera persona sobre ella. Me reí con ganas.

- Igual no hay que descuidarse. -comenté- A la muy jodida le gusta aparecerse por donde nadie la espera.

Siempre con una sonrisa, Patricia levantó las persianas para que entrara la luz del sol, me acomodó las cobijas y me dio un besito en la frente.

- Feliz día, don Artu.

Hasta ese momento no me había percatado de que era 20 de julio. Lo habíamos comentado pocos días antes, durante la cena, pero aquí dentro (por más que uno le ponga toda la buena onda) los días se suceden, uno tras otro, todos iguales. Es inevitable perderle el rastro al calendario.

Sorprendido y halagado, ,le agradecí el saludo y se lo retribui como muestra de buena educación.

No tenía idea de que Patricia me incluyera entre sus amigos. A pesar de que ambos tenemos nuestro carácter, que a veces ella es un poco mandona, que yo también tengo mis "cosas de viejo", siempre tuvimos muy buena onda. Sin embargo, se me ocurrió pensar en que ser amigo es mucho más que eso y, aunque no lo dije, parece que se me notó.

- ¿Por qué se asombra tanto? -me preguntó.

Y pillado con la guardia baja, tuve que responder.

- No es que me asombre -mentí-. Solo pensaba que vos, siendo tan jovencita, debés tener amigos mucho más amigos que yo.

Patricia se sentó en el bordecito de la cama y miró hacia la ventana como quien mira una filmación casera muy, muy vieja de la que ya no se acordaba. Después me tomó la mano y, apretándola fuerte, la puso sobre su falda.

- Puede ser -me dijo-. Aunque ya no soy tan jovencita: casi llego a los cuarenta...

- Ay, mi amor, no me vengas con esas que cuando vos naciste yo ya era viejo.

Ahora fue ella la que se rió con ganas y, después de un corto silencio (uno de esos silencios cinematográficos), retomó el diálogo:

- ¿Se acuerda del año pasado, cuando tuve aquel "problemita"?

¡Cómo olvidarlo! En una misma semana la pobrecita se había quedado viuda y había descubierto que su único hijo no solo era gay sino que además tenía VIH. ¡Y el pendejo tenía solo 16 añitos! Una tragedia. ¡Claro que lo recordaba!

- Bueno... aunque le parezca mentira, una de las pocas personas que desde entonces se ha preocupado por la salud de Nachito, el único que me ha ayudado a ver las cosas desde otra óptica, el primero que me acercó información sobre el sida, el que me alcanzaba un pañuelito cuando me sorprendía llorando por los rincones... ése era usté, don Artu. ¿Le parece que no lo voy a considerar mi amigo?

Entonces comprendí que, al igual que la muerte, la felicidad también puede aparecerse donde menos la esperamos. Sobre todo cuando uno cosecha frutos que sembró sin darse cuenta.

La historia de Patricia y su hijo Nacho me conmovió profundamente y me enfrentó cara a cara con una realidad que todos preferimos esquivar: una realidad que es una mierda, se ensaña con los más jóvenes quitándoles el futuro y tortura a los más viejos obligándonos a ser espectadores impotentes de un mal que no podemos detener. De todos modos, no creo que lo que hiciera por ellos fuera tan meritorio. Cualquier persona que sufre debiera recibir una palabra de aliento. Ella estaba confundida y desesperada y yo estaba allí con la poca o mucha experiencia que me han dado los años y una visión del mundo que venía muy a cuento para la situación. ¿Cómo no darle una mano?

No supe decir nada. Nos quedamos un buen tiempo en silencio, mirándonos sin ver más que nuestro gusto por habernos encontrado, por habernos descubierto. El hogar seguía con su ritmo extraño: don Benito agorando cataclismos, don Santiago entonando la Marcha Peronista, doña Sofía a los gritos para que la dejara escuchar las noticias, doña Pancha reclamando un poco de cordura...

- ¿Sabés por dónde anda Anselmo? -pregunté al rato como para salir elegantemente del ensueño.

- Salió como a las siete - me respondió muy campante.

¡Alarma roja! Me puse loco.

- ¡Dónde se habrá ido ese viejo pata 'e perro! ¡Vaya uno a saber en qué lío se estará metiendo! ¡No entiendo cómo lo dejaron salir!...

- No se preocupe, don Artu -me tranquilizó Patricia-. Esta vez no salió solo ni sin permiso. Mechita le dio el visto bueno y lo acompañaba don Francisco. Creo que iban a comprar algo.

Convengamos que don Francisco tampoco era ninguna garantía pero, si pasaba algo, al menos habría alguien que pudiera dar aviso. Sin embargo, no me quedé tranquilo. ¿Qué habrían salido a comprar a las siete de la mañana con el frío que hacía? ¿Y por qué tardaban tanto? ¡Encima con don Francisco! ¿Desde cuándo eran tan compinches esos dos? ¿Por qué no me pidió a mí que lo acompañara? ¡Ni siquiera me dijo que pensaba salir temprano! "Son todos iguales", me enojé: "Hacen lo que se les canta sin decir ni mu y es uno el que se queda con el jesús en la boca sin saber si les pasó algo por ahí".

Estaba tan rabioso que me levanté ahí nomás. Me enfundé los pantalones y las medias de lana, camiseta de frisa, una camisa blanca, sueter negro y un pañuelo de seda color rosa viejo al cuello. Me calcé las botitas de abrigo y dejé a mano el sobretodo y el sombrero de ala ancha por si tenía que salir de apuro. Esas salidad de Anselmo me ponen fuera de mí.

Yo iba hacia la sala cuando Patricia venía con la bandeja del desayuno.

- ¿Por qué se levantó don Artu? Tendría que aprovechar el día y quedarse en cama hasta que se cure definitivamente.

Como era de esperarse, testarudo como soy, terminé desayunando en la sala. Cuando algo se me pone en la cabeza no hay dios que me haga cambiar de opinión. Doña Leo seguía enredada en sus lanas y doña Lucía ya empezaba a putear en italiano, señal de que se acercaba el momento cúlmine del capítulo del día. En un rincón, don Benito mascullaba su lectura de la Biblia y de soslayo nos relojeaba a todos con desconfianza. Don Santiago jugaba un solitario con los naipes mientras ayudaba a doña Cata con el crucigrama de La Nación y, entre tanto, doña Sofía me anoticiaba de los pormenores del asesinato de una pobre jubilada. Que me perdone el alma de la buena señora muerta pero a mí me importaba un bledo su historia. A medida que pasaban los minutos, los nervios y la ansiedad me consumían más y más. Tanto que en un momento me levanté, volví a las chuecadas hasta mi cuarto, me puse el sobretodo, el sombrero y quise salir a "dar un paseo".

Se desató entonces una gran batahola: yo queriendo salir y el resto de los presentes impidiéndomelo. Yo que me enojaba y alguien que trataba infructuosamente de calmarme. Yo que amenazaba y otro alguien que cerraba la puerta con llave. yo que reclamaba a los gritos y todos que me obligaban a sentarme frente a una taza de té de tilo. El índice de audiencia de la clase de tejido que se iba a pique y mi berrinche que alcanzaba niveles inéditos de popularidad. Obvio que el té de tilo ni probé pero me tuve que quedar guardado sin que el desgraciado de Anselmo se dignara a dar señales de vida. Encima, la mala onda de Mechita era la única que sabía dónde habían ido y se había retirado a las ocho menos cuarto.

Uno nunca sabe por dónde le van a rebrotar los vicios. Yo que dejé de fumar hace más de veinte años, ese día a las once de la mañana hubiera dado mi vida por un cigarro. Y frases tales como "quedate tranquilo", "ya va a volver" no hacían más que aumentar mi descontrol.


La cuestión fue que los señores paseanderos apareceiron cerca del mediodía, justo para la hora del almuerzo.

Entraron como si tal cosa. Todos los mirábamos con reproche: yo más que ninguno.

- ¿Qué pasa? -se atajó don Francisco- Fuimos a cobrar la jubilación. Hoy nos tocaba.

¡Me había olvidado de ese detalle! Pero igual les grité a los dos (como si yo fuera la madre y ellos dos, los hijos traviesos y desobedientes) que deberían haber avisado, que estábamos todos angustiados, que ya íbamos a dar parte a la policía... y todas esas exageraciones a las que uno apela cuando se pone histérico.

La escena culminó con un mutis por el foro de mi parte, cabeza gacha sobre el dorso de una mano y sollozo de dolor.

Ya en mi cuarto, me tumbé sobre mi cama y, a los pocos minutos, pude oir el chirrido de la silla de ruedas.

- ¿Me perdonás? Nunca pensé que te preocuparías tanto...

Su voz se oía muy apesadumbrada. Claro que, como toda diva que se precie, no me dejé engañar por sus artimañas. Aunque imaginaba su carita triste de viejito arrepentido y un nudito en la boca del estómago me tentaba a perdonarlo. En eso, me pasó la mano por la espalda y me dijo con timidez:

- Feliz día.

No sé si hace falta que lo aclare a estas alturas del partido pero siempre he sido una persona temperamental y la edad ha potenciado el furor de mis reacciones. Con el vigor de los veinte años, me levanté con ambos brazos como haciendo lagartijas y giré violentamente la cabeza hacia él, con la mirada inyectada de ira y el firme propósito de escupirle en la cara de qué feliz día me estaba hablando. Pero cual no fue mi sorpresa al verlo sobre su silla, más niño que nunca, con carita de perro mojado y un regalo entre las manos tendidas hacia mí.

- Por los buenos tiempos -dijo.

Las fuerzas me abandonaron y me desplomé peligrosamente sobre la cama. A mi edad los huesos ya son como arenilla. Con dificultad, me senté en el borde y tomé el paquete. Lo desenvolví rompiendo el papel, como indican los consejos para la buena suerte, y vi que eran bombones de chocolate, mi debilidad.

En los años que llevamos juntos, compartiendo el cuarto, las penas y las alegrías casi sin necesidad de hablar, era la primera vez que Anselmo tenía un gesto semejante. ¿Pueden creer que me puse a llorar como una marica?... Sí... imagino que pueden creerlo.

Por sonarme los mocos, se me cayeron los lentes al suelo y, al tratar de agacharme para recogerlos, el viejo ladino me tomó la mano. Un escalofrío bastante agradable me recorrió de pies a cabeza y (no sé cómo) quedamos frente a frente, nariz con nariz.

Décadas atrás, no lo hubiera dudado y ahí nomás le hubiera comido la boca. Una siempre tuvo delirios de estrella hollywoodense y no hay comedia romántica que no termine con un beso. Pero a nuestra edad, por más que ya estemos más allá del bien y del mal, hay pudores que se hacen sentir más que otros. El caso fue que solo nos abrazamos y nos besamos en la mejilla. Estoy seguro de que ambos estuvimos tentados de susurrar un "te quiero" y no nos animamos: en la puerta de la habitación había demasiada gente atenta a la escena. Cuando se dieron cuenta de que allí terminaría todo, comenzaron a aplaudir. Sólo faltó que aparecieran en grandes letras blancas las palabras mágicas: THE END.

6 Comentarios:

Anónimo dijo...

Don Artu: contribuya con la causa y promocione el concurso fotográfico.

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GLOBA Diversidad los invita a participar del Concurso Fotográfico orientado a confeccionar el Calendario de la Diversidad Sexual 2008.

ORGULLOSOS EN NUESTRA DIVERSIDAD
Gritemos en el silencio de una imagen la postal de nuestra vida.

Para consultar las bases del concurso:

http://globacultura.blogspot.com/2007/07/concurso-fotogrfico.html

Si podés (y querés) difundí la noticia entre tus contactos.

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Gustavo dijo...

Hay veces, como hoy, que el relato me conmueve tanto como me divierte. Lo divertido está en la manera tan fresca que tenés de describir tu entorno, con sus detalles y contradicciones. Lo conmoverdor para mí está en esas frases que permiten atisbar en tu esencia, esa que hace a la bonita persona que sos.

Podría jurar que te veo, con el pañuelo rosa al cuello (detalle infaltable), sombrero y paso resuelto rumbo a la puerta de calle.

Sabé que tenés también un amigo a la distancia, que no conoce tus detalles superficiales, pero si conoce los otros, los que valen realmente.

Besotes, viejito lindo.

ELECTROCHONGO dijo...

qué ternura el relato!!!

vio que no tenía que exagerar tanto?

besotes, don arturo!

Яaƒ dijo...

He leido, y me he reido y conmovido por igual... No hay duda que con estos relatos logramos conocer un poquito más de alguien genial...

Además, parece que los detallitos nos matan por igual, jejeje...

En fin, un saludo enorme!

Unknown dijo...

Realmente me dejó sin habla don.
Usted es un capo-capo.
Ya lo estoy queriendo.

Luli dijo...

Un abrazo y un brindis por los viejos y buenos tiempos y por los presentes que son los que hay! y obviamente por los futuros que vienen ...

Un maravilloso escrito, me tuviste muy interesada de principio a fin

Mi beso grande para Ti y tus Amigos