martes, 18 de septiembre de 2007

Las teteras no son pavas

- No somos nada. -dijo el señor octogenario que, impedido de permanecer de pie a causa de su edad, estaba sentado junto al féretro, mientras trataba infructuosamente de enfocar la realidad a través de los culos de botella que llevaba por anteojos. A su lado, una señora (también añosa e igualmente sentada) jugueteaba con sus dedos artríticos y se sonreía mirando a la nada. Tal vez rememorara antiquísismas anécdotas felices con el difunto. Casi en la puerta, unos caballeros muy circunspectos murmuraban que quizá fuera la viuda. Evidentemente no conocían al muerto... ¿Se habrían equivocado de velorio?

A los pies del cajón, un joven cuarentón muy bien puesto, vestido íntegramente de negro, sollozaba casi en silencio. De no haber sido por el pañuelo al cuello (anundado hacia un costado), las pulseras, los collares, por el perfecto bronceado en pleno septiembre, el peinado tan sofisticado, las cejas depiladas y por la base de maquillaje, nadie hubiera dicho que era gay. Cerca de él (aprisionado entre el ataúd y la única corona de flores, que lucía una banda con la leyenda "Tu hermana y tu sobrino"), un señor muy gordo miraba al occiso fijamente y con el ceño fruncido. Usaba bigote y el pelo cortado a lo militar. Parecía policía... quién sabe...

A mi izquierda, los caballeros que ya mencioné habían abordado el comprometido tema de las nominaciones de Gran Hermano. Más allá, una señorita de unos veinticinco años llegaba con una bandeja con café para repartir entre los presentes. Yo pasé: últimamente vengo muy mal con la presión arterial y me tengo que cuidar.

Claro que esta noticia no ayudaba: el difunto no era otro que la Felipa, uno de mis más grandes amigos.

Nos conocíamos desde la época del teatro de revistas, cuando bailábamos en la compañía de Dringue Farías, en el mítico teatro Maipo de la calle Corrientes. Estoy hablando... más o menos... de los años... "sin cuenta", jijijiji.

Lo primero que debe decirse de la Felipa es que era loca.

Loca de arriba y de abajo. De adelante y de atrás (aunque preferentemente de atrás). El mismísimo Paquito Jamandreu se escandalizaba con sus osadías. La Felipa no tenía límites. Desconocía el concepto de recato y no tenía más norte que la satisfacción de su propio culo. Había iniciado sexualmente a más de un galán del jet-set porteño y sus aledaños. Pruebas no hay, pero todo el que conociera a la Felipa sabía que, en su caso, no cabían las exageraciones.

Lo segundo que debe decirse de la Felipa es que, loca y todo, era un amigo de ley.

En un tiempo, sin embargo, estuvimos distanciados por un asunto de polleras. Integrábamos el elenco de una obra llamada "Por atrás entra más fácil" y hacíamos un cuadro de rumba. Los dos nos emperramos en usar la misma falda de volados multicolor. Que sí, que no, que vos esto, que yo aquello... el entuerto lo terminó dirimiendo el productor, quien me consideró el más apto para el atuendo. ¡La Felipa se puso rabiosa! Gritó, pataleó, rompió jarrones de utilería, amenazó con deschavar los secretos sexuales de toda la compañía y, viendo que no obtenía resultados, se fue dando un portazo y no volvió a aparecer por el teatro.

Lo tercero que debe decirse de la Felipa es que tenía un carácter de mierda.

Y más furioso se puso cuando en su reemplazo pusieron a una tal Nélida Lobato, una pendejita que apenas empezaba.

Con la Felipa recién nos reencontramos en los ochenta, en una de las festicholas del Tigre. Si la memoria no me falla, ya les conté de mi pseudo exilio en la isla de Juanito, allá entre el 78 y el 83. La Felipa había sobrevivido en Buenos Aires un tiempo más, haciendo papeluchos que estaban muy por debajo de su talento, pero que le permitían comer sin llamar mucho la atención de los milicos de turno. Eso sí, en el 82 se asustó: un comando paramilitar había amenazado con volar todos los teatros de revistas y con hacer desaparecer a todos los putos. Razones para asustarse no le faltaban: eran épocas para andar con el culo a dos manos y, si de putos se trataba, él era el número uno. Fue en esos tiempos cuando apareció el cadáver de la Vascongada tirada en un descampado de José C. Paz.

La Felipa era una verdadera diva. Pero ni las verdaderas divas pueden contra el paso del tiempo. Él admiraba con santa devoción a Liz Taylor y le habría vendido el alma al diablo para estar forrado en dólares y poder someterse a todas las operaciones que fueran necesarias para mantenerse siempre joven y hermoso. Se la habría vendido si no se la hubiera regalado mucho antes, cuando tomó la decisión de ser quien era sin más vueltas. Así fue como los años pasaron y, cuando quiso darse cuenta, ya estaba viejo, achacoso, solo y alejado de las tablas. Algo que, en general, nos ha pasado a todos.

¡Mirá que tuvo oportunidades de asentar cabeza...! Los tipos más hermosos de aquel Buenos Aires que hoy recuerdo solo en blanco y negro se lo disputaban a capa y espada. Nunca le faltó amante. "El buen sexo es el secreto de mi lozanía" solía decir. Pero era tan loca y tan libre que jamás supo consagrarse a un solo amor y, a fuerza de infidelidades, solo puso serse fiel a sí mismo. La última vez que lo vi (hace poco más de un año), iba del brazo de un pendejo muy bonito.

- Vos sí que no perdés el toque. -le dije con sincera admiración.

- Shhhh... Callate -me respondió risueño- que, cuando se entere de que vivo apenas de mi jubilación, me da una patada en el culo y se las pica.

Así era la Felipa: genio y figura hasta la sepultura.


- Pobre Philippe... Si hasta hace unos días andaba derrochando salud...

El joven de negro se me había acercado y continuaba con su sollozo... aunque ahora que lo tenía cerca no podía descubrirle ni una sola lágrima.

- Ese fue siempre su problema: -le respondí- el derroche.

El joven sonrió.

- Es cierto... y murió en su propia ley: de rodillas, ¡la muy puta!

- ¿Cómo? -me asombré- Su hermana me dijo que sufrió un paro cardiorrespiratorio durante la noche...

- Durante la noche, sí. Pero en el baño de la estación Constitución, mientras se la chupaba a un chongo.

¡Debí haberlo imaginado! ¡Viejo trolo! El zorro pierde el pelo pero no las mañas. Como los elefantes, fue a morir al sitio donde había nacido a su verdadera vida: la tetera (*).

Justo cuando iba a pedirle más detalles, el empleado de pompas fúnebres anunció que ya era hora de despedirnos del difunto. El joven de negro me acarició la mano con cariño sospechoso, me guiñó un ojo y (con gesto de diva de teléfono blanco) se acercó al ataúd, se inclinó sobre "Philippe" y reinició el paso de comedia aun con más mocos y más lágrimas que antes. Al parecer, era la viuda. Hizo tanto aspamento que el gordo policía lo abrazó y lo consoló muy dulcemente. Luego lo acompañó hasta la puerta, tomándolo por los hombros y hablándole al oído para sonsacarle alguna risita.

El viejo de los culos de botella, en tanto, seguía en su silla y cada tanto repetía su "no somos nada". Siempre con el mismo tono y la misma desgana. No se movió de su silla hasta que la chica del café lo ayudó a ponerse de pie y a llegar lentamente hasta el auto que lo llevaría al cementerio.

Fue entonces cuando la señora de los dedos artríticos se me acercó con una sonrisa.

- Usté debe ser don Arturo ¿verdad?

Así la reconocí.

- Yo soy Alcira. -me aclaró- Soy la que lo llamó por teléfono.

Era la hermana de la Felipa, una versión mejorada de mi amigo. De partida, ella no tenía que esforzarse para parecer mujer.

- Antes de irse déjeme por favor su dirección. Mi hermano dejó algo especialmente para usté.

Le di el último adiós a la Felipa y salí de la sala. Como era de prever, el cortejo fúnebre era menos que modesto: apenas dos coches, en uno de los cuales me tocó viajar con el señor de los culos de botellas. Alcira, el joven de negro y el gordo fueron en el otro. Los señores circunspectos no fueron al cementerio.

Durante el entierro no hubo llantos ni rezos. El joven de negro había agotado sus lágrimas y caminaba del brazo del gordo, repentinamente sonriente. Alcira y yo ayudamos al señor de los culos de botella y todos presenciamos cómo cubrían el cajón con tierra, sabiendo que allí abajo quedaba la Felipa.

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Esta mañana recibí una caja. La traía un jovencito de parte de Alcira. ¿sería el sobrino que mentaba la corona de flores?

Los viejos del hogar se morían por saber qué había dentro. Pero yo me fui con mi paquete y lo abrí a solas en mi habitación.

La Felipa nunca fue un sentimental ni evidenció jamás demasiadas inquietudes en el orden de lo trascendental. antes bien, hizo de la frivolidad su tarjeta de presentación. Por eso me sorprendió y emocionó tanto su "legado".

Dentro de la caja, envuelto en un paño de terciopelo rosa, había un album de fotos. Lo abrí... y cuál no fue mi sorpresa al encontrarme con cientos de fotografías tomadas en aquella temporada en que nos peleamos por la falda con volados. En la mayoría aparecía yo luciendo la prenda. Además, había una nota escrita con su esmerada y delicada caligrafía de escuela jesuita. La Felipa había escrito: "Si no te hubiera querido siempre tanto, habría quemado esa pollera antes de cedértela"

¡Viejo de mierda! Ponerse sensible justo ahora que ni siquiera puedo darle un abrazo.

Y en el reverso de la nota agregó "Nunca te quiebres. Sé vos mismo hasta el final", con una dirección de corro muy curiosa: grupolosfiesteros@ yahoo.com. ar. ¿Qué me habrá querido decir?

Sea lo que sea, vaya desde aquí mi sentido homenaje a una persona que siempre fue lo que quiso ser. Con toda la dignidad que ese solo hacho encierra.

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(*) No confundir con la cacerola con mango y pico vertedor que se emplea generalmente para calentar agua (en Argentina, la llamamos "pava" y la usamos también para cebar mate). "Tetera" se llama también a cualquier sitio público donde algunos hombre suelen tener sexo con otros hombres, generalmente baños de las estaciones de trenes.


10 Comentarios:

Anónimo dijo...

"De no haber sido por el pañuelo al cuello (anundado hacia un costado), las pulseras, los collares, por el perfecto bronceado en pleno septiembre, el peinado tan sofisticado, las cejas depiladas y por la base de maquillaje, nadie hubiera dicho que era gay."

Puro genio.

El recuerdo y la celebración de la vida de la Felipa es el antídoto perfecto para la escena artrítica del velatorio... Por lo demás, el suyo es un curioso caso en el que perder la vida de rodillas pintó como la única manera de "morir de pie".

Excelente.

gustavo dijo...

me quito el sombrero ante tal derroche de talento al escribir y plasmar sentimientos en una pantalla de ordenador.

Por casualidad llegué a este blog y por interés seguiré visitándote.

Don Arturo de Quilpue dijo...

elotro
Tu conclusión me ha dejado sin habla. Genial.

Gustavo
Agradezco los conceptos tan elogiosos. Espero que sigamos en contacto. Ya pasaré a visitarte.
Bienvenido (ya sos el tercer Gustavo que se une al clan de Don Arturo, jijijiji).

RMS dijo...

Hola!. Una noche de Miércoles llegué googleando a tu blog. Y vaya sorpresa, grata por cierto, me gusto todo, interesante, divertido, y desde ya te seguiré la pista.
Saludos.

Lucho´s dijo...

A rigor de la verdad, llegue acá, curioseando, desde el blog de Zeky´s.
Leí este post, que por cierto, me pareció ma ra vi llo so. Y no pude con mi genio, seguí y seguí, ya casi me leo todo el blog.

Mis felicitaciones, ahora veo porque estas entre los cincos favoritos de Zeky´s jijiji

Beso enorme.

Anónimo dijo...

¡Descanse en paz!

Genial, de veras. Un besazo trasatlántico.

Unknown dijo...

Supongo que a cualquiera le puede esperar ese fin...

Pero me gusta la gente que no se traiciona.

En paz descanse la Felipa, desde hoy, una de mis ánimas referentes.

Rafael Valladares de la Santa Cruz dijo...

Maravilloso relato. Qué Dios tenga a La Felipa en su santa gloria. Admiro a la gente auténtica, sobre todo cuando tienen que superar obstáculos para ser quienes son. Un fuerte abrazo.

ELECTROCHONGO dijo...

una divina la Felipa!

hace mucho que no paso por acá, Don Arturo, me tengo que poner al día

saludos!

Gustavo dijo...

Habrá muchos gustavos, pero yo fuí el primero. :-))
¡Que arte viejito!
Me hacés reír tanto como llorar, te juro.
Esta entrada es una obra de arte como solo vos sabés hacerla.

Un beso grandote.